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Crisis migratorias y vasos comunicantes

Todavía recuerdo el dibujo hecho en la pizarra. El profe de física nos explicaba el principio de los vasos comunicantes, cómo si en dos recipientes comunicados se vertía un líquido, éste se distribuía en los recipientes hasta alcanzar la misma altura en ambos independientemente de su forma y también (y esto me maravillaba) de su volumen. Si los recipientes están convenientemente separados cada uno se comporta de forma autónoma, pero en el momento en el que se unen la presión del líquido se distribuye de forma homogénea hasta el punto en que (y aquí recurro a la wikipedia), «la presión hidrostática a una profundidad dada es siempre la misma».
El concepto de los vasos comunicantes viene con frecuencia a mi cabeza cuando leo noticias y veo imágenes relacionadas con los movimientos migratorios. Estos días nos asaltan de forma explosivamente dramática (los naufragios en el Mediterráneo, las multitudes a las puertas de Macedonia, los cadáveres en un camión en Austria…), pero no dejan de ser parte de un fenómeno mucho más amplio que se desarrolla de forma continua y habitualmente lejos de las portadas de los medios de comunicación (y por lo tanto de nuestros ojos).
Vivimos en un mundo compartimentado. Recipientes poco y mal conectados. De los 7.000 millones de habitantes del mundo (*), unos 1.000 viven con unas condiciones de «ricos» (medido en términos de PIB per cápita están aproximadamente en $45.000), mientras que los 6.000 millones restantes viven en condiciones de «pobres» (la décima parte del PIB per cápita que los ricos, del orden de $4.500). Eso haciendo una separación muy gruesa (que tiene no poca dispersión dentro de cada grupo). En mi metáfora, esto son dos recipientes separados. Uno estrecho (el de los 1.000 millones de ricos) donde el líquido (la riqueza per cápita) llega muy arriba, y otro muy ancho (el de los 6.000 millones de pobres) donde el líquido cubre el fondo y poco más.

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Pero no, es ilusorio pensar que esos recipientes están efectivamente separados. A pesar de los controles fronterizos, las personas se mueven (tanto de forma legal como ilegal) entre países. Y no solo huyendo de guerras y persecuciones, sino simplemente buscando unas mejores condiciones de vida. Y así nos encontramos con miles de personas dispuestas a trabajar por una fracción de lo que pedimos nosotros (pero aun así, varias veces lo que conseguían en su país de origen a donde incluso son capaces de enviar fondos), «quitándonos nuestros trabajos» (odio esa expresión), «aprovechándose de nuestros servicios» (otra que tal), etc.
Y en realidad ni siquiera hace falta que se muevan: basta con que en sus países de origen empiecen a prosperar para que los flujos económicos empiecen a cambiar de signo. Si un país pobre empieza a montar fábricas y a producir más barato que los países ricos, gracias al mercado mundial (recordemos que la Tierra es plana) se incrementa su producción y disminuye la del país rico. Más trabajo y mejores condiciones de vida para el pobre (todavía a años luz de los ricos, pero más cerca que antes), empeoramiento en el país rico.
Claro, el segmento que comunica los dos recipientes no es muy ancho. Hay fronteras, hay «inmigrantes irregulares» a los que se expulsa, hay restricciones al comercio internacional, etc. Pero no hay una separación total (creo que es imposible que la haya… ni cuando se construyen muros físicos se consigue), así que lo lógico es que los acontecimientos sigan (despacito, pero de forma inexorable) su curso.Y que acabemos en una situación parecida a esta otra en la que los dos recipientes se han unido. El volumen total de líquido (la riqueza mundial) se reparte de forma homogénea entre los 7.000 millones de habitantes del mundo. Eso implica que los pobres mejoren su situación (pasando de 4.500$ hasta los 10.000$ de media mundial… parece poco, pero supone que 6.000 millones de personas dupliquen su riqueza), a costa los ricos, que verán como esa transferencia de riqueza a «los pobres» tiene un impacto brutal en su riqueza per cápita (de los 45.000$ a los 10.000$)

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Desde luego, las personas no son «líquidos». La demografía no es «física». Podemos esperar que el progreso haga que la riqueza mundial se expanda, que la tarta se haga más grande. Lo que queráis. Pero sea como sea, a mí me parece de cajón que en un mundo como en el que vivimos las cosas vayan tendiendo al equilibrio. No vivimos «crisis migratorias» (como quien tiene un resfriado que se cura) sino un proceso crónico, que a veces cursará de forma más silenciosa y que a veces tendrá estallidos de notoriedad. Y podemos esperar que ese equilibrio supondrá un impacto brutal para nosotros «los ricos» (… sí, porque si estás leyendo esto es muy probable que estés en este grupo). Ellos («los pobres») son muchos más, y quieren prosperar. Y nosotros somos menos, y tenemos lo que ellos quieren.
(*) Las cifras son aproximadas; no buscaba «exactitud» sino órdenes de magnitud

3 comentarios en “Crisis migratorias y vasos comunicantes”

  1. Creo que, aunque la base del razonamiento es correcto y sin ser ni de lejos experto en economía hay algo que chirría:
    Pese a comentarlo en el último párrafo, estás calculando la riqueza global en términos de «suma 0» y no es real.
    Si miramos este gráfico vemos que las ganancias de todos los países tienden a crecer (con altibajos, sí) uniformemente: http://i.dailymail.co.uk/i/pix/2014/10/14/1413316128207_Image_galleryImage_Global_Wealth_Report.JPG
    Al final, lo que acaba pasando es que cada vez más países van saliendo del umbral de la pobreza pero los ricos siguen siendo más ricos. Creo que el gráfico acabará siendo más así: http://lpz.me/blog/drops/Workbook1_2015-08-28_01-30-47.jpg
    Por otra parte… y analizando sobre todo el último punto, no creo que afecte tanto que los pobres prosperen. De hecho que haya países cada vez menos pobres significa (en un teórico mercado libre, bla, bla, bla) que los ricos siguen teniendo, y cada vez más, a quién venderle bienes de consumo, y por tanto generar más riqueza.
    Sufrirá sobre todo quien no sepa o pueda adaptarse a lo que viene, que es una fuerza de trabajo cada vez más barata y fácil de contratar, pero que a su vez también consumirá cada vez más.
    Tiempos muy interesantes, los próximos 20 años.

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    • Aceptando la hipótesis que propones, al final mi planteamiento nos lleva a que, en la medida en que exista desequilibrio, existirá una presión que busque mayor equilibrio. Quizás no de forma tan dramática, pero sí constante.
      Y por otro lado, relacionado con el comercio internacional; sí, los pobres prosperan y son un mercado mayor para los ricos… o también aprenden a fabricárselo para ellos mismos (riqueza autoconsumida) y para exportar (y los ricos lo compran… transfiriendo riqueza a los pobres). Ejemplo rápido: los zapatos que antes se fabricaban en España y se vendían fuera (yupi!), y que ahora fabrican en Asia y les compramos nosotros. Trabajo para ellos, paro para nosotros. No es que nosotros les estemos vendiendo zapatos a todos esos pobres que van prosperando, si no que son ellos los que nos venden los zapatos a nosotros. Zapatos que pagamos con el dinero que tenemos que ganar haciendo otras cosas.

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  2. Te iba a comentar que asumimos por error el tema de la desigualdad como «suma cero» (unos ganan porque otros pierden o viceversa), pero veo que David se ha adelantado. 🙂 Aunque pueda servir para ilustrarlo, esa teoría de vasos comunicantes queda coja en ese punto.
    Lo explicó perfectamente @Suanzes en este artículo:
    http://www.elmundo.es/economia/2014/01/21/52de6a1f268e3eaf208b4573.html
    Aunque en buena medida, la desigualdad es un indicador de la mala salud del sistema, el problema de verdad no es la desigualdad, ni que haya personas tremendamente ricas, sino que haya gente tremendamente pobre. Quizá por eso no funcionan las medidas de represión, los cierres de fronteras, las concertinas en la valla de Melilla, las políticas de restricción migratoria. Quizá donde hay que poner el foco es en reducir la pobreza en esos países, en crear políticas de desarrollo real de esas comunidades. Eso debería redundar en reducir la desigualdad, pero poniendo el foco en la pobreza.
    Me repito mucho con el tema de la complejidad: aunque no lo advirtamos, vivimos en un mundo en equilibrio constante. Pretendemos combatir el sistema complejo para conseguir mejores resultados en los procesos, y acabamos generando el efecto contrario: más control y más frustración.
    Mi visión, más que de vasos comunicantes, es de tectónica de placas, para explicar la dinámica de las migraciones. Las placas están en continuo movimiento, con interacciones constantes. En los bordes (fronteras) de las placas es donde se concentra actividad sísmica, volcánica y tectónica. Esto da lugar a la formación de grandes cadenas montañosas y cuencas (crisis migratorias). A veces por subducción (una de las placas se pliega un ángulo pequeño, hacia el interior de la Tierra, y se introduce bajo la otra) y otras por fricción o colisión. Pero siempre están buscando un equilibrio constante.
    Cada vez que una erupción volcánica o un terremoto se llevan vidas por delante maldecimos esos fenómenos. Pero la ciencia nos dice que la tectónica no sólo mantiene la vida en la Tierra, sino que sin ella la vida posiblemente no hubiera aparecido.

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