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La experiencia no es un grado


El otro día escuchaba una entrevista que le hacía Shane Parrish, en su podcast The Knowledge Project, a Michael Mauboussin. Y en ella, el invitado hacía una distinción que me pareció muy interesante. Y que me hizo pensar.
Decía Mauboussin que no es lo mismo «expertise» que «experience». No sé si en castellano podría ser «no es lo mismo ser un experto que tener experiencia». ¿Dónde está el matiz?

¿Qué es ser un experto?

Para Mauboussin, ser un experto implica disponer de un modelo predictivo que te sitúe en una mejor situación que otra persona a la hora de afrontar un problema o un reto. No significa que vayas a acertar el 100% de las veces, pero sí que estás en mejores condiciones para hacerlo con más frecuencia.
¿La experiencia puede ser considerada como sinónimo?

Los años de experiencia como criterio de evaluación

A mí siempre me ha chirriado eso de valorar los años de experiencia sin más. Por ejemplo eso de «acumular trienios» como recompensa por el mero transcurrir del tiempo. O utilizar «x años de experiencia en el puesto» como elemento destacado de un curriculum. Y mira que por mi edad es un criterio que ya va jugando a favor, pero…
Siempre he defendido que lo que importa es el desempeño. ¿Haces las cosas mejor, de forma consistente, que otros? Pues entonces te quiero a ti. Me da igual que sea por los años de experiencia, porque eres más listo, porque has ido a no sé qué universidad, porque tienes no sé qué master o porque utilizas unas herramientas de la leche. No me cuentes milongas de curriculum. Si de verdad la experiencia contribuye en algo a tu desempeño, demuéstralo.
El problema, claro, es que valorar el desempeño es algo más difícil que valorar «paso del tiempo». Por eso de forma más o menos inconsciente cambiamos la pregunta «¿Tendrá un buen desempeño?» por otras más fáciles de responder (como los años de experiencia, o si tiene no sé qué estudios), y actuamos en consecuencia. Lo cual a veces funciona… y a veces no.

¿Entonces la experiencia no cuenta?

Pues ésa es la cuestión. Que depende.
En un entorno estable, poco complejo… entonces sí. La acumulación de experiencia, el hecho de haber enfrentado un número limitado de problemas durante mucho tiempo… sí que te da esa capacidad diferencial, y puede ser tomada como una aproximación razonable al desempeño. La próxima vez que se presente ese problema tú, con tu experiencia, estarás en mejores condiciones de afrontarla que alguien nuevo.
En esas circunstancias, tener experiencia sí te convierte en un experto.

La experiencia en entornos complejos y dinámicos

¿Pero qué sucede cuando no hablamos de un entorno estable, sino altamente dinámico? ¿Cuando lo nuevo es distinto de lo viejo? ¿Qué sucede cuando los problemas son complejos, con múltiples relaciones y derivadas imposibles de acotar?
En esos casos, la experiencia pierde valor. Sí, es verdad, tú has afrontado un número X de problemas. Pero los problemas son diferentes cada vez, así que lo que has aprendido previamente no es directamente aplicable. Tus soluciones no son intrínsecamente mejores.
De hecho, la experiencia puede resultar contraproducente. Si te has acostumbrado a resolver las cosas de una determinada manera, tendrás tendencia a aplicar esa solución de forma preferente, casi automática. Aquello de que para un martillo todos los problemas son clavos. Estás menos abierto a explorar otros caminos, y por lo tanto estás limitando tu capacidad de resolver nuevos problemas.

El ejemplo de Moneyball

Mientras pensaba en todo esto, me venía a la cabeza la historia que cuentan en Moneyball, la película de Brad Pitt basada en la historia de Billy Beane.

Un mundo, el baseball, donde las cosas siempre se han hecho de una determinada manera. Donde un montón de personas, con mucha experiencia, toman las decisiones respecto a quiénes son los buenos jugadores.
Y cómo llega alguien y cambia toda esa visión, aplicando nuevos métodos (basados en este caso en las estadísticas y el análisis de datos), y generando un modelo contraintuitivo. Un modelo que todas las personas con experiencia miraban por encima del hombro. Y, sin embargo, ese modelo le permite tener mejores resultados. El experto no fue quien más experiencia acumulaba, sino precisamente el que desafió a la experiencia.

Reajustando el valor de la experiencia

Venimos de un mundo más tranquilo, más estable. Estamos acostumbrados a que «tener experiencia» y «ser experto» sean casi sinónimos. Incluso la sabiduría popular lo refleja: «la experiencia es un grado», «más sabe el diablo por viejo que por diablo». Estoy seguro de que incluso tú, que me lees, has tenido en alguna ocasión esa sensación de suficiencia al ver a alguien más joven haciendo cosas de forma presuntamente equivocada, y pensando por dentro «ay, alma cándida, ya te darás cuenta…»
Por supuesto, sigue habiendo ámbitos donde la experiencia aporta valor. No se trata de irnos al otro extremo, y considerar que la experiencia en sí misma es despreciable. Pero quizás debamos estar abiertos a pensar que experiencia y desempeño no van de la mano siempre a todos los sitios. Y que cada vez que nos refugiamos de forma acrítica en esa visión, estamos abriendo la puerta a que llegue alguien con una mente más abierta, con mayor disposición a hacer las cosas de forma diferente… y nos coma la tostada.

PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

5 comentarios en “La experiencia no es un grado”

  1. Yo creo que las malas experiencias sí son un grado. Evidentemente, siempre que te hayan servido para aprender y mejorar.
    Por otro lado, estoy de acuerdo en que la experiencia por sí sola, por el mero hecho de pasar el tiempo, no vale para nada. Gracias a Dios, cada vez te encuentras en menos sitios el concepto de «antigüedad», aunque en ciertas áreas, como la Administración Pública, trienios y quinquenios siguen campando a sus anchas… y así nos va.
    El experto más interesante es el experto en experiencias. Como regla general, creo que hoy en día (y yo diría que siempre ha sido así) aporta más alguien que ha estado en 20 sitios que alguien que lleva 20 años en el mismo.
    Y no olvidemos que los expertos de «lo de ahora» no existen, hay que crearlos, lo que llevará su tiempo y para entonces estarán obsoletos… así que quizás sea mejor ser bueno en lo tuyo e ir adaptándote que ser experto, ¿no?

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    • Antonio, entiendo y comparto tus matices. Lo de «ser bueno» es importante, siempre y cuando no te anquilose en una forma determinada de ser que te impida darte cuenta de lo que hay que cambiar (y desaprender).

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  2. Ok, pero hay que indicar que Billy Beane aun sigue esperando para ganar el último partido de la temporada y con él las series mundiales…

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    • Isra, ahora vas a ser tú experto en baseball… XD.
      Es un error siempre valorar las cosas en función de los resultados. «Tan bueno no sería, si no ganó las series mundiales». Sería el equivalente a decir que Messi no será tan bueno porque no ha ganado un Mundial, o que Iniesta no será tan bueno porque no ha ganado un Balón de Oro.

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  3. Sólo un detalle respecto a «Moneyball» (que además ayuda a tu artículo 😛 )
    Aunque en la película aparezca como que los entrenadores hablaban de términos más intuitivos (tiene buena planta, buen brazo, etc, etc), en realidad el éxito en la vida real fue cambiar unos modelos estadísticos, con muchísima historia dentro del beisbol y muy directos (porcentaje de bateo, home runs por bateo, etc), por otros más abstractos y más adaptados al juego, como «porcentaje de veces que se alcanza la primera base» (sea bateando exitosamente o no). Muchos están muy relacionados, claro, pero la idea es medir mejor.
    Es decir, era mucho más una lucha entre qué modelo estadístico es mejor que otro que una diferencia entre «ciencia vs intuición» (que es más peliculera, las cosas como son, y que también juega siempre su papel).
    Las «sabermetrics» llevaban en liza unos buenos 20 años para cuando los hechos de la película. Es un tema bastante fascinante por lo que tiene de restructurar las mediciones contra un objetivo (ganar partidos).

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