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No tengo nada que aportar

Si está todo inventado…

Hace unos días comentaba alguien en twitter su dilema respecto a la creación de contenidos (en este caso hablaba de un podcast, pero podríamos extenderlo a cualquier otro formato). Por un lado estaban sus ganas/apetencias de hacerlo. Y por otro una vocecita interior que decía: «¿Qué aportaría yo a ese tema? Nada, seguramente. Siempre concluyo que no tengo nada que aportar que no esté aportado.»
No es una reflexión que me resultara ajena. Hace algunos años, mi mujer me preguntó: «¿Qué buscas cuando haces una foto? ¿No la habrá hecho alguien antes que tú, y posiblemente mejor?«. Vaya, pues seguramente sí (y además hay gente que se encarga de demostrártelo). «Está todo inventado», «nada nuevo bajo el sol». Sumémosle internet y su capacidad de poner en nuestras pantallas lo mejor de todo el mundo… y es fácil tener esa sensación de futilidad.
Y sin embargo…

Tú lo haces especial

Quiero decir… a ver, no voy a caer en el cliché de que cada uno somos un copo de nieve especial e irrepetible. Que sí, que es verdad, pero al final todos somos copos de nieve, y somos varios miles de millones. O sea, que no nos flipemos. Pero aun así… cada uno tenemos nuestra personalidad, nuestras experiencias, nuestra forma de expresarnos… y todo ello constituye un filtro que le da un matiz diferente a todo lo que hacemos.
¿Hasta qué punto ese matiz es relevante? Pues depende de cómo lo quieras mirar. Si lo haces desde una perspectiva global… pues no, no va a ser diferente. El post que tú escribas no va a ser muy distinto del que escribe un fulano de Oklahoma o de Bangalore, o de tantos otros miles. Puestos uno al lado del otro las diferencias serán prácticamente inapreciables, y para alguien que no te conozca lo mismo le va a dar consumir uno que otro.

Tu red social

La cuestión es que hay otra forma de mirarlo. Y es que, salvo para los que hacen búsquedas genéricas en google (donde sí, eres una commodity), normalmente no se produce esa situación de «competencia perfecta». Cada uno tenemos nuestros círculos sociales tanto en el mundo analógico como en el digital. Amigos, y amigos de amigos. Es a ésos a los que nosotros llegamos, y ahí la competencia se reduce. Porque esos amigos te leen a ti, y no al tipo de Oklahoma ni al de Bangalore.
Sí, en el mundo global eres una commodity indistinguible, pero para tu círculo ya eres identificable. Cuando ven un contenido tuyo, el hecho de que sea tuyo les aporta un matiz relevante y reconocible. Porque hay por debajo una conexión personal (no hace falta que sea profunda ni que seáis amigos del alma) que consigue que, para ellos, sea diferente.
Piénsalo. El hecho de salir a tomar una cerveza con alguien… en realidad, ese «alguien» podría ser cualquiera. Total, la actividad en sí, las conversaciones que se tienen… hay miles de personas sólo en tu ciudad con las que podrías hacer lo mismo. Y sin embargo, no tiene nada que ver hacerlo con unos amigos que con un grupo de desconocidos, ¿verdad?

Las comparaciones son odiosas

Cuando uno se plantea crear un contenido, puede pensar… ¿habrá alguien en el mundo que lo haga mejor? La respuesta, en el 99,9999% de los casos, es que SÍ. Hay alguien mejor. Y además es fácil de encontrar, en un par de clics puedes hacerlo.
Pero, ¿sabes qué? También hay mucho contenido peor. Muchísimo más de lo que imaginas. Aunque tú te sientas un mediocre comparado con ese experto de talla mundial, es probable que lo que tú llamas «mediocridad» esté por encima del 80% del nivel de la población mundial. O del 90%. Lo malo es que tendemos a creer que lo que nosotros sabemos hacer… lo sabe hacer todo el mundo. Y no es así, y es algo de lo que te das cuenta en cuanto empiezas a rascar. Piensa en la gente que te rodea, y haz números.
Si a esto le unimos la visión de «red social» de la que hablábamos antes… es más que posible que aunque no seas un «experto a nivel global», sí que seas un «experto para tu círculo social». Son gente que ni ha dedicado el tiempo que tú has dedicado el tema (aunque a ti te parezca una chorrada), ni tiene referencias de quiénes son esos expertos mundiales que tú crees que todo el mundo conoce.
Aunque tengas la sensación de que tú no puedes aportar nada «al mundo»… sí que puedes aportar muchas cosas «a tu mundo».

La zona de desarrollo proximal

Porque esa es otra. Tendemos a creer que un «experto de talla mundial» es el que mejor puede explicar las cosas a cualquiera. Y no es verdad. Las personas somos capaces de entender y aprender cosas sólo en la medida en la que nos las explican «para nuestro nivel». Y muchas veces eso es más fácil de hacer para alguien que está en ese nivel (o uno ligeramente superior) que para el experto de talla mundial, al que se le hace muy difícil ponerse a esa altura (no necesariamente por ego, sino porque la empatía se hace más complicada).
Que no seas el que más sabe del mundo no te inhabilita para contar cosas relevantes a la gente que tienes cerca. Primero porque es posible que tú seas la única referencia que tengan a mano, y segundo porque es posible que tú seas capaz de contar las cosas de forma más asequible y conectada con su realidad concreta.

Hay quienes conectan contigo

Y aun así, ya he dicho alguna vez que hay que ser consciente de que lo que haces no le importa a (casi) nadie. Creo que es un error hacer cosas pensando que van a «impactar» en los demás, porque es una expectativa poco realista y que lleva a la decepción. Hay que hacer cosas porque a uno le gustan, sin esperar nada.
Y aunque parezca paradójico resulta que es posible que haya un puñado de personas con las que conectes incluso sin buscarlo. Gente a la que le gusta lo que haces, tu forma de expresarte, las cosas que cuentas…
Cuando eso sucede, cuando encuentras aunque sea una persona con la que conectas en base a lo que haces sin expectativa, a lo que te sale de dentro… la sensación es estupenda. Porque esa conexión es genuina, no forzada. Porque desvela una afinidad de esas que son difíciles de generar en un mundo lleno de postureo, y eso es algo gratificante en sí mismo. Algo que se puede producir o no, pero que seguro que si te quedas encerrado en casa sin hacer nunca nada no va a pasar.

Disfrutar del camino

En última instancia, tenemos que plantearnos si realmente tenemos que hacer las cosas «para algo». Si es necesario darle un matiz finalista/utilitarista. Si no podemos simplemente hacer las cosas porque nos apetecen, disfrutar del proceso, experimentar, jugar, aprender. Hacerlo por nosotros mismos, sin más.
Y si luego resulta que «aporta algo a alguien», miel sobre hojuelas. Pero que no sea ése el elemento de validación.

PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

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