Me llamo Raúl y me gusta compartir ideas, reflexiones y herramientas para tener una vida más sencilla, equilibrada y significativa. Cientos de personas ya se han suscrito a mi newsletter semanal gratuita. Más información, aquí


3 claves para una conversación fluida

Seguro que te ha pasado alguna vez. Empiezas a hablar con alguien y sientes que la cosa… no marcha. La otra persona responde con desgana, a ti se te quitan también el interés… miradas al infinito… monosílabos… vistazos al reloj o al móvil… silencios incómodos… y más pronto que tarde empiezas a pensar en dar por acabada la conversación y dedicarte a otra cosa.

Es una sensación terriblemente incómoda la de sentirse atrapado en una de esas conversaciones que no fluye. Y especialmente doloroso cuando la comparas con esas otras situaciones donde parece que todo marcha. Sin esfuerzo. Sin incomodidad. Esas conversaciones que parece que no acaban nunca, en la que se encadenan temas sin solución de continuidad, que terminan con la sensación de que no te importaría haber seguido un rato más…

Conversaciones y relaciones

Esto aplica a conversaciones puntuales. Pero también a relaciones consideradas más a largo plazo. Al fin y al cabo, las relaciones son un conjunto de conversaciones: más o menos frecuentes, más o menos intensas, síncronas o asíncronas, por un canal o por otro… Piensa en la relación con cualquier amigo que tengas: a veces os juntáis para tomar algo, otras veces os intercambiáis unos mensajes por el móvil, otras veces os dejáis comentarios en Facebook, una llamada de vez en cuando para tratar algún tema concreto, otra vez os encontráis por la calle… son esas «miniconversaciones» las que sostienen (o no) la relación.

Así que con las relaciones sucede lo mismo que con las conversaciones: hay algunas que fluyen, y otras que se atrancan sin remedio.

Clave 1: Pregunta con interés

Pocas cosas me ponen más nervioso que un «¿Qué tal todo?». Bajo una apariencia de interés (¿acaso no te estoy preguntando?) se esconde una pregunta genérica, inconcreta, carente de curiosidad… te pregunto «qué tal todo» porque no soy capaz de preguntarte por nada concreto, porque básicamente me da igual lo que me contestes. Pura fachada social, a la que esperamos que nos respondan «bien, todo bien» para poder seguir adelante con nuestras vidas.

Las conversaciones fluidas se construyen sobre lo concreto. Se trata de preguntar sobre un proyecto, sobre un viaje que sabes que la otra persona ha hecho, sobre un hobby que sabes que tiene, sobre algo que sabes que le ha pasado… o hacer una recomendación específica, o sugerir un plan determinado que sabes que a la otra persona le va a gustar… Se trata de seguir las pistas que la otra persona te ofrece. Quizás lo sepas (si prestaste atención) porque te lo contó en una ocasión previa. Puede que incluso en el transcurso de esta misma conversación. O lo has visto en sus redes sociales. O le conoces tan bien que sabes de qué pie cojea.

Para eso, claro, hay que estar atento. Uno no puede tener una conversación fluida si solo está pensando en su próxima pregunta y desconecta mientras la otra persona habla. No puede haber una relación fluida si te olvidas de esa persona en el momento en el que desaparece de tu vista. Escuchar lo que te cuentan, tomar nota (mental o incluso física) de detalles, ver lo que a la otra persona le interesa o le incomoda… de forma que el arsenal de «cosas de las que hablar» nunca se termine.

Y resulta que, al poner interés, haces sentir bien a la otra persona: «me pregunta, me escucha, se acuerda de las cosas que le cuento… ¡da gusto hablar con él!». Crece su predisposición a contarte más cosas, a confiar en ti, a mostrar un interés recíproco… Ya lo decía Carnegie, «to be interesting, be interested».

Clave 2: Responde con detalles

Puede parecer que la clave de la conversación fluida está en quien hace las preguntas. Pero no, la responsabilidad es compartida entre quien toma la iniciativa y quien la sigue.

Cuando respondes con monosílabos a una pregunta, se lo estás poniendo muy difícil a la otra persona. «Sí», «no», «mal», «muy liado», «estuvo bien»… son respuestas que muestran desinterés por tu parte, pocas ganas de compartir. Si conviertes a tu interlocutor en un interrogador, le pones en una situación muy desagradable. Puede que haya quien se sienta cómodo en el papel de «experto de la CIA en sonsacar información», pero en general no es así; y si la otra persona siente que se está dando contra un muro rápidamente perderá las ganas (para ahora y para futuras conversaciones).

Con tu respuesta se trata de recoger el balón que te ha lanzado la otra persona con su pregunta, jugar un poco con él, y devolvérselo en mejores condiciones. Se trata de dar detalles, de contar cosas concretas, anécdotas. De añadir color y profundidad a lo que la otra persona sabe de ti. De ofrecerle nuevos hilos de los que tirar, excusas para que te siga preguntando. De ponérselo fácil, en definitiva, de hacerle agradable su rol de «preguntador».

También tus respuestas son la oportunidad de redirigir la conversación, de llevarla a otros terrenos que te apetezcan más. Puede ser también la oportunidad de intercambiar roles, de tomar la responsabilidad de hacer preguntas, de mostrar interés.

Obviamente hay un equilibrio entre el monosílabo y «la turra», no se trata de enredarse en un monólogo interminable. Y para eso es bueno también prestar atención a las reacciones de la otra persona… ¿su atención se sostiene? ¿te sigue el rollo cuando le devuelves la palabra? Parte de tu cerebro tiene que estar elaborando tu respuesta, pero otra parte debe estar atenta al efecto que esa respuesta produce. Que seas «el que responde» no te exime de escuchar.

Clave 3: Mantén el equilibrio

Cada uno tenemos nuestras preferencias. Hay quien es más de «hablar» y quien es más de «escuchar». Hay quien es más «activo», y quien es más «pasivo». Pero en términos generales, y salvo casos muy extremos, no hay una conversación (ni una relación) verdaderamente fluida si no hay un equilibrio entre las dos partes. Eso implica que a veces le toca tomar la iniciativa a uno, y a veces a otro. Que a veces es uno el que propone planes, y a veces el otro. Que a veces es uno el que manda un mensaje, y a veces otro. Que a ratos uno es el que pregunta, y a ratos es el otro.

¿Qué sucede si no hay equilibrio, si una de las dos partes acaba con la sensación de que «siempre me toca tirar del carro»? Que más pronto que tarde esa persona se va a cansar, porque es muy desagradecida esa tarea y al final, si crees que a la otra persona no le interesas, tú mismo pierdes el interés.

Obviamente no se trata de ir con una libreta apuntando cuántas veces tira uno, y cuántas veces tira el otro, ni de buscar un equilibrio extremo. Como decía antes, hay personalidades, incluso hay épocas y momentos en los que uno se puede sentir con más energía para soportar la relación que el otro. Pero, sin ser tiquismiquis, sí hay que estar pendiente de que se mantenga un cierto balance, y no instalarse en la comodidad de pensar que el otro siempre va a estar ahí. Si de verdad tienes interés en la conversación, si de verdad tienes interés en la relación… tienes que arrimar el hombro.

Y si a pesar de todo no fluye…

¿Y si resulta que llegas a la conclusión de que la otra persona no tiene interés? ¿Y si tú haces todo lo que crees que está en tu mano, pero sientes que del otro lado no hay respuesta positiva? ¿Y si, a pesar de tus esfuerzos, la cosa no fluye? Es un trago amargo, que afecta al ego (¿no le intereso?), especialmente si esa situación sucede después de haber tenido una relación más equilibrada y satisfactoria. Pero así es la vida. Hay conversaciones que no fluyen, y hay relaciones que no fluyen, y de nada sirve emperrarse en que sea de otra forma. Si después de intentarlo acabas concluyendo que es así… lo mejor es dejarlas ir.

Hay un concepto que me gusta mucho y es el del «efortless doing»Hay cosas que encajan en tu vida, y cosas que no. Te das cuenta de que sin que tú hagas nada diferente, hay situaciones que fluyen, y situaciones que no. Proyectos que van para adelante, y proyectos que se enredan sin remedio. Personas con las que entras en una espiral positiva en las que las cosas van solas, y personas con las que por mucho que lo intentes acabas chocando contra un muro.

Y la mayoría de las veces es mucho más satisfactorio dedicar nuestras energías a buscar esas personas con las que las cosas fluyen, que a intentar revertir una situación en la que eso no sucede.

Deja un comentario