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¿Merece la pena esforzarse en aprender?


Esta pasada semana tuve la oportunidad de compartir mis ideas sobre aprendizaje y desarrollo eficaz de habilidades en una de mis charlas. Y en el turno de preguntas surgieron varias interesantes, entre ellas la siguiente:

«Con toda la información que hoy tenemos disponibles, a distancia de un click… ¿hasta qué punto merece la pena hacer el esfuerzo de aprender?»

A lo largo de la charla yo había planteado, siguiendo mi discurso habitual, la importancia del desarrollo de habilidades de cara a mejorar nuestras opciones de futuro. Y la exigencia derivada de un verdadero proceso de aprendizaje eficaz, uno que lleve a la verdadera interiorización de esas habilidades.
La pregunta planteaba un dilema: ¿realmente es necesario recorrer ese exigente camino? ¿no nos vale con recurrir, en caso de necesidad, a la información que ya tenemos a mano?
Utilizaré un ejemplo personal para ilustrar mi opinión al respecto

La declaración de la renta

Yo tengo ciertos conocimientos fiscales. Durante la carrera tuvimos una asignatura que nos permitió tener una visión de la estructura del IRPF. Desde que empecé a trabajar me he encargado de hacer mis declaraciones y las de mi mujer.
¿Puedo decir que «sé» hacer declaraciones de la renta? Bueno, con bastantes limitaciones. Sé hacer lo básico, con cuidado y mirando bien las instrucciones. Cuando me he encontrado con alguna cosa especial (p.j. un año que tuve que hacer una complementaria para «deshacer» una aplicación de la exención por reinversión en vivienda habitual, u otro año que tuve que reflejar una venta de un producto financiero) he tenido que recurrir a leer los manuales, y he «sudado tinta» para llegar a hacer lo que tenía que hacer.
Desde luego, no estoy capacitado para dedicarme profesionalmente a hacer declaraciones de la renta, ni a asesorar a nadie en su elaboración. Soy lento, avanzo con inseguridad, y hay muchísimas casuísticas que no controlo.
Ahora bien, ¿me merece la pena esforzarme por aprender con un mayor nivel de profundidad? ¿Llegar al punto donde pueda hacer declaraciones «como churros», en el que esté perfectamente preparado para saber plasmar cualquier situación por peregrina que sea?
No lo parece. Hago una (o dos) declaraciones al año. El 95% de ellas es muy parecida de un año a otro, y sólo de forma muy ocasional surge un tema que me exige «romperme la cabeza»; incluso en esos casos tengo la opción de recurrir a un experto. En esas circunstancias, no parece que tenga mucho sentido dedicar tiempo, esfuerzo y recursos a interiorizar esa habilidad ni a desarrollarla a mayor nivel.

El usuario avanzado de Excel

Tomemos, por el contrario, una habilidad que a lo largo de los años me ha sido muy útil, como puede ser la de analizar, organizar y presentar información. Pensemos por ejemplo en la herramienta Excel, que he usado de forma extensiva en todo este tiempo. ¿Tendría sentido que, cada vez que me enfrento a la tarea de organizar información en una hoja Excel, tuviese que pararme a pensar «a ver cómo hago esto», «qué función es la que tengo que usar», «cómo era la sintaxis de esta función», «dónde estaba la opción que me permite hacer tal cosa»?. No. A diferencia de «hacer declaraciones de la renta», ésta es una habilidad que me viene bien tener interiorizada. Hasta el punto en que haga las cosas casi de forma automática, sin pensar. Hasta el punto en el que alguien, viéndome desde fuera, piense «es alucinante, ¿cómo puedes hacer esas cosas?»
No soy el mayor experto en Excel del mundo, ni mucho menos. Llego hasta donde llego, y hay situaciones en las que tengo que recurrir a buscar cosas que no sé hacer. Pero con lo que sí sé hacer me defiendo de forma muy solvente.

Habilidades nucleares y habilidades secundarias

Los ejemplos que he planteado nos llevan a una distinción entre dos tipos de habilidades: las habilidades «nucleares», y las habilidades «secundarias».
Las habilidades «nucleares» serían aquéllas que, por frecuencia de uso y por impacto, nos conviene tener interiorizadas. Esas habilidades por las que merece la pena someterse a un proceso de aprendizaje que será exigente, ésas a las que merece la pena dedicarles tiempo, esfuerzo y recursos. Ésas que, una vez adquiridas, nos permitirán ponerlas en uso casi sin pensar, con un nivel de solvencia muy elevado.
Y luego habrá una serie de habilidades «secundarias». Aquéllas que sólo necesitamos poner en práctica de vez en cuando, y sin un grado elevado de exigencia. Aquéllas en las que podemos permitirnos «salir del paso», aquéllas en las que no pasa nada si vamos lentos, o si no lo hacemos de forma excelente, o si tenemos que recurrir a buscar información o incluso a la ayuda de un externo.
No diría que ésta sea una categorización estricta, donde una habilidad es «nuclear» o «secundaria». Más bien hablaría de un continuo, desde el «no tengo ni puta idea (ni falta que me hace)» hasta el «soy un experto de talla mundial», en la que podríamos situar las habilidades según las necesitemos en nuestra vida. Y según lo necesaria que nos resulte esa habilidad merecerá la pena o no hacer el esfuerzo por aprender.

¿Cuáles son las habilidades «nucleares» que debes desarrollar?

Ya imaginarás la respuesta: depende.
Depende de ti, de tu actividad actual, y de cuál quieres que sea tu actividad en el futuro. «Cocinar» por ejemplo puede estar situada en ese continuo en el extremo más «secundario» (si vives en casa con tus padres y la comida te la ponen en la mesa, y como mucho tienes que calentar una pizza de higos a brevas en el microondas; y si un día te ves obligado a cocinar, sigues la receta y que sea lo que dios quiera) o en el más «nuclear» (si eres un chef en un restaurante de categoría, donde no sólo tienes que sacar los platos perfectos si no encima innovar y promover cambios a diarios).
Por tanto, de cara a plantearse cuáles son las habilidades que uno tiene que desarrollar, a cuáles merece la pena dedicar tiempo, esfuerzo y recursos para llevarlas al nivel «nuclear», hay que partir de un análisis de qué tenemos y qué necesitamos. Un análisis que merece la pena, porque nos permite enfocar nuestros proyectos de aprendizaje en aquello que más impacto puede tener y sacar el mayor provecho de nuestra capacidad limitada de aprender.

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