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La vida no es un relato


Si nos pusiésemos a contar nuestra vida, ¿qué saldría? Seguro que un montón de momentos rutinarios e intrascendentes, decisiones que no llevan a ningún sitio, errores y rectificaciones, cosas de las que avergonzarnos, inercias, falta de dirección, dudas y lamentos. Sí, claro, también habrá momentos de los que sentirnos orgullosos. Pero en general nos daremos cuenta de que nuestras vidas no son «como en las películas».
Las normas de la narrativa están bastante definidas. Un protagonista, un antagonista, un conflicto, penalidades y resolución. Si metes algo en la historia, tiene que servir para explicar otra cosa, o para que la historia avance. Si no, sobra. Andamiaje narrativo. Y no vale contarlo en cualquier momento, ni con cualquier ritmo. Tiene que fluir para mantener el interés. La narrativa tiene espacio para el talento, sí; pero tiene mucho de mecánica, de conocer una serie de herramientas y aplicarlas con oficio.
Pero, como dice el personaje de Kvothe en la novela de Rothfuss «El nombre del viento», nosotros no vivimos en una historia. Nuestras vidas no tienen esa claridad, ese sentido de propósito, ese andamiaje narrativo que las soporte. Vamos viviendo como podemos, que no es poco.
Y cuando alguien te cuente su vida como una historia apasionante, desconfía. Ahí hay un importante trabajo de edición, de seleccionar solo lo que quiere contar, de ocultar la cara B, de explicar a posteriori, de ajustar y embellecer (y posiblemente inventar) para que todo encaje y tenga el sentido, el ritmo, la coherencia, la tensión, las dosis justas de conflicto/resolución… que un relato requiere para ser interesante.
Disfrutemos de las historias. De las de ficción, y de las… y de las de ficción. Porque cualquier historia, incluso las que están basadas en hechos reales, no te cuentan toda la verdad. Y desde luego, nunca, nunca, pueden ser usadas como piedra de toque para analizar nuestras propias vidas. Porque siempre saldremos perdiendo.

3 comentarios en “La vida no es un relato”

  1. Temazo el que tratas hoy Raul.
    Hace tiempo se hizo un experimento, no encuentro el vídeo ahora, en el que varias personas veían en una pantalla a varios círculos moviéndose junto a un cuadrado. Cada cierto tiempo el cuadrado se abría y se cerraba pero solo dejaba entrar a unos pocos círculos dentro. Al final del vídeo varios círculos acabaron dentro del cuadrado dejando a los demás fuera. Cuando preguntaron a las personas que habían participado en el experimento que significaba el vídeo que habían visto contaban unas «películas» tremendas.
    El experimento demostró que no podemos vivir con la incertidumbre de no saber qué significan las cosas y que, si no sabemos algo, nos lo inventamos. La claridad (emocional, intelectual) que aporta una buena historia es como un velcro para el cerebro. Una buena explicación, escribió Lee Fever, es como un orgasmo.
    Sin embargo, «la magia de las historias», dice Jane Godtschall en The Storytelling Animal, solo se produce si se hace ese trabajo de edición-artesano del que hablas. Contar historias es un arte. Luego está el para qué se utilice ese trabajo: influir, persuadir, imaginar, entretener…
    Me parece que vivimos en una paradoja. Por un lado nuestro cerebro-Yo narrativo busca continuamente dar sentido y ordenar nuestra experiencia. Y por otro lado, y afortunadamente, la vida es la vida, caótica y llena de sorpresas.
    Un saludo.

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  2. Apasionante tema el que tocas. Las relaciones entre la vida y las narraciones. Soy de la idea de que somos contadores de historias, estoy de acuerdo contigo sobre que la vida la vivimos como podemos pero las historias las contamos como queremos. Y es cierto que hay normas para contar. Pero disiento contigo en que son canon, estándares de historiar. Citaré a un tipo culto: Eco proponía que los canones de la narración son 4. El drama, la tragedia, la comedia y la épica. Por tu texto entiendo que prefieres contar la vida como un drama. Como una trama de episodios de rutinas, y salpicados de un poco de algo de lo que orgullecerse. La tradición del drama tiene sus normas. Pero la vida se puede contar con otros estándares. Por suerte, me dedico a ayudar a recontar la vida y dar giros dramáticos para construir relatos de mérito literario. Hya otros canones. La épica con el tiempo se ha transformado en la novela. Basicamente el protagonista es el heroe y el desenlace se crea por el valor, la inteligencia o la astucia o lo que quiera que mueva al héroe a dirigir su vida.
    Estoy contigo en que podemos desconfiar de los que narran la vida con sentido. Pero los héroes cuentan las historias con pasión. Si no, ¿cómo podria haber vuelto Ulises, el heroe, a su hogar?
    Prefiero contar la vida como los héroes o incluso comos los antihéroes como don Quijote, pero por suerte siempre encontraremos a un Sancho Panza. Sensato y atado a la tierra.
    El tema de cómo contar historias es apasionante querido Sancho.
    Saludos.

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