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El chismorreo como elemento de cohesión

Estás trabajando. Aparece Menganito y te hace señas, «¿tomamos un café?». Vas a la máquina y te cuenta en voz baja la faena que le ha hecho Fulanito. Vuelves a tu sitio de trabajo y notas cómo Pepita te sigue con la mirada, y te abre una ventana de chat para preguntar «qué ha pasado». Mientras tanto, en el otro lado de la oficina, un grupito habla por lo bajo mientras mira en vuestra dirección. Chismorreo en estado puro, el pan nuestro de cada día. La forma en la que nos relacionamos en grupos pequeños: creando redes de confianza, acercándonos a los afines, creando coaliciones. Detectando, en cada conversación, en cada gesto, en cada reacción… si son «de nuestra cuerda» o no. Podrías, en cualquier circunstancia, hacer una estimación de «quién está a favor» y «quién está en contra». Un «status quo» que, desde luego, no es ni mucho menos estable si no que fluye con el tiempo.
No hay «cultura corporativa» que valga, no es una cuestión de «políticas»; es la forma en la que los humanos nos relacionamos. Da lo mismo si hablamos de una pequeña empresa, de un pelotón de un ejército, del vestuario de un equipo deportivo, o de un pueblo, o de una cuadrilla de amigos o de una familia. No importan los títulos, la «autoridad externa»: importan las relaciones, las filias y las fobias, quién te ayuda, quién te hace un favor, quién tiene un buen gesto. Y quién no.. Yuval Noah Harari explica, en su libro Sapiens (un libro estupendo y muy recomendable) cómo este comportamiento es común con nuestros «primos» los simios:

Cuando dos machos se disputan la posición alfa, suelen hacerlo formando extensas coaliciones de partidarios, tanto machos como hembras, en el seno del grupo. Los lazos entre los miembros de la coalición se basan en el contacto íntimo diario: se abrazan, se tocan, se besan, se acicalan y se hacen favores mutuos. De la misma manera que los políticos humanos en las campañas electorales van por ahí estrechando manos y besando a niños, también los aspirantes a la posición suprema en un grupo de chimpancés pasan mucho tiempo abrazando, dando golpecitos a la espalda y besando a los bebés chimpancés. Por lo general, el macho alfa gana su posición no porque sea más fuerte físicamente, sino porque lidera una coalición grande y estable. Estas coaliciones desempeñan un papel central no solo durante las luchas abiertas para la posición alfa, sino en casi todas las actividades cotidianas. Los miembros de una coalición pasan más tiempo juntos, comparten comida y se ayudan unos a otros en tiempos de dificultades.

El desarrollo del lenguaje por parte del homo sapiens permitió que esta «cultura del chismorreo» común con nuestros parientes incrementase su alcance; allí donde los simios solo pueden cohesionar grupos de 20-50 individuos, los humanos podemos llevarlo hasta grupos de 100-150. En todo caso, hay un límite, que se suele establecer en el número de Dunbar. Más allá de eso resulta imposible mantener la cohesión a base de chismorreo: no podemos conocer a tanta gente a un nivel «íntimo», ni dedicar tiempo a «chismorrear» con ellos.
Es entonces donde entra en juego la capacidad del ser humano para generar «mitos compartidos»: ficciones que permiten a individuos que no se conocen entre sí asumir que «somos de los mismos» y que por lo tanto tiene sentido colaborar juntos. Entran aquí la ciudad de origen, las nacionalidades, las religiones, los equipos de fútbol, las ideologías y también las «culturas corporativas». Estas ficciones (creadas y nutridas a base de narraciones y refuerzos positivos y negativos a lo largo de los años) dirigen y coordinan el comportamiento de los individuos aunque no se conozcan entre sí, y de acuerdo a Harari son uno de los pilares que han permitido al ser humano llegar hasta aquí.
Bajo esta perspectiva es fascinante darse cuenta de cómo funciona esta dualidad en nuestra realidad cotidiana. Cómo interactuamos en círculos pequeños, y cómo cambiamos el chip cuando nos vamos a un ámbito más grande, cómo de diferentes son las dinámicas. En serio, mira a tu alrededor. Mirate a ti mismo. Observa cuándo eres un «chismorreador», cómo «hilas relaciones» en el entorno más pequeño. Y observa también cómo respondes a impulsos grupales, cómo te comportas ante determinadas etiquetas.
En el ámbito profesional también me ha dado que pensar bastante:

  • En cómo las relaciones en entornos «pequeños» (y ese «pequeños» puede abarcar hasta una empresa entera) se sustentan mucho más en el día a día y en las relaciones personales.
  • En que ahí los procesos, las políticas, la «cultura», los «valores», la definición de responsabilidades y puestos, la «autoridad nominal»… tienen un impacto limitado, y que la capacidad de dirigir y de cambiar las cosas tiene mucho más que ver con la capacidad de influencia interpersonal, de convencer, de formar coaliciones, de generar confianza… que con «tocar palancas».
  • En el poder de lo informal por encima de lo formal.
  • En la importancia del feeling.
  • En lo fundamental que es «tener la antena puesta» para saber cómo está el patio, y participar en las dinámicas para poder influir en ellas.
  • En que socializar también es una parte muy importante de trabajar.
  • En lo clave que resulta incorporar personas (y más aún desprenderse de ellas) en función de su contribución a la dinámica interna (y no solo de sus «competencias»).
  • En que las narrativas de «identificación colectiva» quizás solo tienen sentido para cohesionar a grupos más grandes, o para la relación con otros grupos; porque solo entonces entra a jugar el orgullo de pertenencia.
  • En cómo todo esto se suele obviar (porque es difícil de «gestionar», incluso de «verbalizar») cuando su impacto es definitivo en el devenir de las empresas.
  • En cómo nos empeñamos en gestionar organizaciones «como si no fuéramos humanos» cuando eso es, precisamente, lo que nos define.

2 comentarios en “El chismorreo como elemento de cohesión”

  1. Soy un amante de Harari. Me he leído sus dos libros y tengo que decir que me han impresionado.
    Me ha gustado mucho ver tu interpretación de la relación que tenemos los homo sapiens. Aunque en el libro no dedica mucho tiempo a esta relación sociológica «en pequeña escala» y si mucho (y me pareció muy interesante) la de «mitos compartidos». Esto último me ha realizado una gran impresión. Y veo todo con una relatividad mayor.
    El problema de los libros de Harari es que me provocan cierto desasosiego en el sentido de la vida «a nivel homo-sapiens».
    Un saludo

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    • Comparto ese desasosiego… esa sensación de que vamos subidos en un camión a toda velocidad que no sabemos muy bien a dónde va y sobre el que tenemos poco o ningún control. Pero por otro lado tampoco viene mal tomar esa conciencia, es una píldora difícil de tragar pero ayuda a ver las cosas de otra manera 🙂

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