Me llamo Raúl y me gusta compartir ideas, reflexiones y herramientas para tener una vida más sencilla, equilibrada y significativa. Cientos de personas ya se han suscrito a mi newsletter semanal gratuita. Más información, aquí


Historia de dos tuiteros

R y M coincidieron hace algunos años por esos «mundos de internet», y se cayeron bien. Tenían un perfil personal parecido, por edad, por formación, por intereses… aunque claro, cada uno tenía su vida y no era fácil el poder mantener el contacto, y tampoco es que tuviesen una relación tan cercana como para andarse llamando cada dos por tres.
Pero ocurrió que por aquella época aparecía una herramienta llamada «twitter», una especie de sitio donde podías responder a la pregunta «qué estás haciendo» para que la gente que decidiese seguirte (tus «followers») pudieran saber de ti, y tú a su vez podías seguir a otras personas para enterarte de lo que ellos hacían. La gente lo usaba de forma muy ingenua («me voy a tomar un café», «pues hoy estoy cansado» y cosas por el estilo), pero cogió fuerza primero en el mundillo de internet, y luego poco a poco pasó a ser más de uso generalizado.
La cuestión es que R y M se dieron de alta, y entre muchos otros se hicieron seguidores el uno del otro. Allí iban contando sus cosillas para el que quisiera leerlas. A veces comentaban alguna noticia, o se mojaban con algún asunto polémico, o se empanaban con el fúbtol… otras veces compartían un enlace que les había parecido interesante o recomendaban un libro o una película… pero en realidad la mayor parte del tiempo compartían banalidades cotidianas respecto a su vida profesional, o a sus aficiones, a su ocio, a sus viajes o a su familia. Muchas cosas «sin chicha», pero que les permitían al uno saber del otro, interactuar de vez en cuando con un reply o un retuit… y así mantener un cierto contacto cotidiano. Claro, poder quedar a tomar cañas hubiese sido un mejor plan (de hecho alguna vez cuando se alineaban los astros pudieron hacerlo), pero ya sabemos todos cómo son las cosas en la vida real; el trabajo, la familia, los amigos, las obligaciones… y ellos tampoco es que fuesen «amigos del alma», simplemente conocidos que se caían bien.
Así estuvieron durante un tiempo. Pero al cabo de los meses, M empezó a cambiar su forma de usar la herramienta. Cada vez eran menos frecuentes las chorradillas cotidianas, parecía como si se hubiese autoimpuesto algún tipo de censura. Seguía tuiteando, sí, pero se limitaba casi al 100% a temas profesionales, además en un tono neutro, aséptico… Un día R le preguntó, «oye, hace tiempo que no cuentas nada». «Bueno, es que estoy intentando darle un poco de valor a lo que publico por aquí… ¿no has pensado nunca que esto es nuestra imagen digital, y que tenemos que cuidarla, ponerle un poco de foco? ¿Construir nuestra marca? ¿A quién le interesa lo que yo haga o deje de hacer en mi día a día?» R asintió, aunque por dentro pensó «pues a mí me interesaba»…
R siguió leyendo la cuenta de M. Lo que publicaba seguía siendo interesante, sí, aunque muy limitado a una faceta de su vida. Echaba de menos los chascarrillos, la oportunidad de intercambiar algún comentario sobre el fútbol, o sobre la política, o saber cómo andaban las cosas por casa…
Con el paso de los meses, R empezó a notar un incremento en la frecuencia de publicación de M. Pero no fue una buena noticia. Aquello estaba lleno de retuits que, al pinchar en ellos, llevaba a noticias que no tenían demasiada chicha. Los enlaces que retuiteaba eran repetitivos, volvían una y otra vez sobre los mismos temas, eso sí siempre acompañados con su correspondiente hashtag. Cuatro o cinco veces al día, como un martillo pilón, la cuenta de M escupía nuevos contenidos. Bueno, nuevos… cuando no eran tuits antiguos repescados (a veces avisando, y a veces sin avisar). R dejó de hacer click en ellos, porque la mayor parte del tiempo eran completamente intrascendentes. Muy focalizados, eso sí, pero no le aportaban nada. Para colmo, M empezó con la costumbre de retuitear las menciones que le hacían. Cuando alguien enlazaba uno de sus contenidos, él lo tuiteaba (a pesar de que él mismo ya lo había publicado antes). Cuando alguien le hacía una alabanza, él lo tuiteaba. Si había un evento en el que fuese a participar, tuiteaba cada una de las menciones que se hiciesen al evento (como si una vez no fuese suficiente).
Llegó un punto en el que a R le irritaba la cuenta de M. Durante semanas estuvo luchando contra el impulso de dejar de seguirle, pero se arrepentía en el último momento. Porque le parecía un buen tío, y le daba pena cortar ese vínculo. Pero cada día se le hacía más insoportable; le caía bien la persona, pero como tuitero era un coñazo. Hasta que un día se hartó, y lo hizo. Unfollow.
PD.- De vez en cuando, R se acuerda de M, y se pregunta qué habrá sido de él. Entra en su cuenta de twitter, y ve que sigue con la misma dinámica. No encuentra allí nada que le permita saber de su vida, ni una excusa para interactuar. Cierra el navegador, y sigue con su vida.
PD2.- R sí soy yo. M no es nadie en concreto, y a la vez es una mezcla de unos cuantos. M es el arquetipo de esas personas interesantes que, en aras de un supuesto beneficio mayor, decidieron limitar su actividad en internet a «lo útil», «lo focalizado», «lo que refuerza mi presencia online». Aquellos que en la búsqueda de followers, de retuits y de «impacto»… se olvidaron de que el verdadero impacto se consigue a través de relaciones de confianza, y que esas conexiones reales entre personas se crean y se refuerzan en lo cotidiano, en lo banal.

8 comentarios en “Historia de dos tuiteros”

  1. Tengo muchas ganas de tuitear este artículo. Pero me parece que se van a quedar ahí. Mil gracias por contarnoslo. Me suscribo a su web
    Raquel

    Responder
  2. Excelente, es muy cierto como en el día a día personas interesantes nos obligan a privarnos de la frescura de sus pensamientos a cambio de lo frialdad de sus teorías, unfollow a unos cuantos…

    Responder
  3. Raúl:
    Leí ayer este post y estoy viendo hoy los corolarios que estás publicando en Twitter.
    Me ha gustado la historia, porque me siento identificado, sobre todo con R, menos con M, la verdad, pero no termino de estar de acuerdo con tu visión negativa. Más bien al contrario, yo la veo positiva.
    Cuando apareció esa «herramienta llamada Twitter» era casi un experimento que nos daba un paso más dinámico e inmediato (y móvil) que los blogs. Como dices, lo empezamos a usar de forma ingenua y con la certeza de que éramos cuatro locos los que lo usábamos.
    Recuerda que entonces la cosa iba de blogs o de correo electrónico. Poco más.
    La única mensajería móvil real que había era BlackBerry Messenger y pocos la usábamos.
    Poco a poco empezó a llegar más gente, poco a poco empezamos a convencer a los que nos veían como bichos raros de que ahí había gente real hablando, y empezamos a informarnos de quién era quién antes de vernos con ellos (reuniones, entrevistas de trabajo, presentaciones comerciales…) en función de lo que publicaban no solo en Twitter sino en cualquier otro foro abierto.
    Poco a poco empezamos a darnos cuenta, algunos en carnes propias y otros en las barbas del vecino, de que ese «espacio de conversación» no era como la charla del bar, que al salir del bar desaparecía, sino que todo lo publicado quedaba ahí per secula seculorum. Nos dimos cuenta de que el adagio latino verba volant scripta manent estaba de plena actualidad.
    En ese tiempo llegó Whatsapp.
    Y la conversación informal y desenfadada pasó a ese entorno mucho más privado, y dejamos los entornos públicos para las cosas que no nos importaría ver publicadas en papel. Es lógico y razonable. Es bueno, diría yo.
    Porque casi todos hemos visto tuits fruto de un calentón (o de una borrachera) del que luego sus responsables se han arrepentido, fotos que ni siquiera recordamos y que una vez publicadas nos persiguen para siempre. Y no es que las mensajerías privadas eliminen el riesgo de que una barbaridad trascienda, pero siempre será por la mala fe de alguien, y no por la imprudencia del autor. Y de la mala fe nunca estaremos protegidos completamente.
    Y no, no es que defienda el uso de estos espacios para la construcción de la marca personal, es que creo que hay espacios para lo público y espacios para lo privado y Twitter nunca debió ser de los primeros.

    Responder
    • Entiendo lo que dices. Y sin embargo 🙂
      Yo creo que hay un segmento de nuestro entorno social que es difuso, no es ni privado (p.j. yo con mis amigos del colegio mayor tengo un grupo de wasap), ni público. Es ese colectivo de «conocidos que nos caemos bien», gente con la que vas haciendo una transición desde lo público a lo privado, y que en muchas ocasiones no llega a ser una relación tan cercana como la de tus amigos sino que se queda en ese límite difuso (yo te pongo un comentario, tú me haces un reply, etc.). En ese sentido, el «tuiter de antes» (y lo que yo añoro) ofrecía un espacio en el que esas relaciones podían surgir, se podían mantener, e incluso hacer crecer hasta pasar al entorno privado. Con el añadido (para mí muy interesante) de ser un entorno abierto, en el que yo soy amigo de Fulano, Fulano a su vez tiene un amigo Zutano, y yo puedo acabar conociendo a Zutano poco a poco (sin que medie una decisión de «le meto en el grupo del wasap).
      Ese espacio que antes representaba tuiter creo que cada vez lo es menos. Quizás, como bien dices, con razón. El problema (para mí) es que no soy capaz de encontrar el entorno sustitutorio.

      Responder
  4. Me siento muy identificado, yo cada vez cuento menos cosas porque me parece muy irrelevante. Me da vergüenza, me siento violento cuando cuento algo personal, y la razón puede ser que estoy volviendo a ser muy introvertido. Todo lo extrovertido que pudiera ser hace 8-10 años, lo estoy perdiendo a pasos agigantados, hasta lo noto yo mismo…
    Puede que use twitter de forma más impersonal, menos interesante, no lo sé. Solo sé que la mejor manera de usarlo, para mí, es leer y leer. Tampoco me gusta ir de pupas diciendo «es que no soy interesante» 😀 pero bueno, hay muchos momentos en que lo pienso. Y tampoco comparto según qué cosas, porque son muy negativas o alguien puede sentirse «tocado».
    Corro a hacerme unfollow ya mismo.

    Responder
  5. Pero es que ese Twitter que tú echas de menos yo sí lo sigo viendo.
    Con menos ruido que antes, pero sigue estando ahí. Siguen estando las opciones de contactar con gente interesante.
    Lo que pasa es que, igual que la conversación se ha dispersado a otros entornos, también lo han hecho el ruido y las opciones de conectar.
    Pero vamos, que los «de antes» seguimos dejando comentarios en los blogs 🙂

    Responder
  6. Aquí otro «de los de antes» reportándose!! (y dejando un comentario en un blog, que es algo como muy de antes… 🙂
    Yo hago una tercera interpretación. No creo que sea sólo por esa consciencia de eternidad de lo publicado, como comentaba @anotado, o esa súbita revelación de la separación entre lo personal y lo profesional. Yo creo que también es consecuencia de un cierto agilipollamiento que parece venir unido al aumento de la base de lectores de cada uno. Como una responsabilidad mal entendida asociada al número de followers. Quizás sea sólo pudor, o incluso madurez, pero a mi me resulta una paradoja curiosa porque, si el crecimiento de tu comunidad lo has conseguido siendo de una forma… no es absurdo cambiarla cuando tus números crecen? Es como si ahora ElRubius tuviera que empezar a hablar de economía porque le sigue mucha gente. No se, o igual es que yo soy raro. Más de lo que ya se que soy, quiero decir… 🙂

    Responder

Deja un comentario