Me llamo Raúl y me gusta compartir ideas, reflexiones y herramientas para tener una vida más sencilla, equilibrada y significativa. Cientos de personas ya se han suscrito a mi newsletter semanal gratuita. Más información, aquí


La empatía (bien entendida)

Hace unas semanas leía un artículo titulado «Contra la empatía» donde el autor asimila «ser empático» con «siente como tuyos (o, bueno, solo un poquito menos que si fueran tuyos) los sufrimientos de toda la gente que veas que lo pasa mal».
Empatía = sentir. Y yo, desde luego, no lo entiendo así.
Para mí, la empatía es una habilidad puramente racional. Eso de «ponerse en el lugar del otro» no va de reflejar sus sentimientos, de mimetizarse con él, sino más bien de entender por qué hace lo que hace. De salirnos de nuestra visión egocéntrica, de obviar «lo que yo haría en esa situación» y «lo que para mí es lógico», y de hacer el esfuerzo de ver las cosas desde el prisma del otro(sin necesidad de sentirlo). Y no para ser «compasivos» o «piadosos», si no para estar más capacitado para reaccionar.
Pongo un ejemplo. Yo le tengo pánico a las atracciones de feria. Pero pánico de reacción física, de que el mero hecho de estar en una feria hace que se me encoja el estómago y esté profundamente incómodo. Las dos veces en mi vida que he subido a un cacharro (de los más «light», desde luego) las recuerdo casi como un trauma. Me costaba subir a un tiovivo para acompañar a mis hijos. Estuve en la Warner con mi familia, y haciendo un esfuerzo supremo me subí en alguna de las atracciones para niños de 5 años. Y no lo pasé bien; cuando acabó la jornada y salimos del parque, respiré aliviado por dejar todo aquello atrás.
Desde esta perspectiva, soy incapaz de entender que nadie se suba voluntariamente a esos chismes, o que aguante una cola del copón para hacerlo (¡colas y atracciones de feria, un combo mortal para mí!). Y sin embargo, las ferias y parques de atracciones están llenas de gente que disfruta como loca de lo mismo que a mí me aterra. Sin ir más lejos, mi hijo. «¡Quiero subir en eso!», me dice con la cara iluminada. «Pero hijo, ¿cómo vas a querer subir en eso, si es un instrumento de tortura?». Y ahí está, en los instantes previos a que la atracción se ponga en marcha, con la cara de emoción. Y ahí sigue, cuando el aparato se pone a dar vueltas y a subir y bajar a todo trapo, levantando los brazos extasiado. Y se baja y dice «¡ha sido la bomba! ¿Puedo volver a subir?».
Sin empatía, lo que a mí me sale es decirle que no. De hecho, lo que me sale es no acercarnos nunca a una feria, para que «el pobrecito no tenga que sufrir como sufro yo». Sin empatía, lo que hago es proyectarme yo en los demás, y creer que todos son como soy yo y se van a comportar como yo me comporto. Que todo el mundo sabe lo que yo sé, y que lo que a mí me parece lógico y razonable es el canon por el que todo el mundo se debe regir. Que tengo derecho, desde mi egocentrismo, a juzgar lo que está bien y lo que está mal en función de mi vara de medir.
Es la empatía (como proceso racional, no emocional) la que me permite entender al otro. La que me hace darme cuenta de que a mi hijo le entusiasma lo que a mí me aterra, y que por lo tanto sus reacciones las tengo que entender desde ese punto de partida. La empatía, en ese sentido, es un «superpoder» porque te permite anticipar mejor cómo va a comportarse el otro, y desarrollar estrategias que se ajusten mejor a ese comportamiento.
Yo no necesito sentir entusiasmo por una atracción de feria (algo que nunca va a pasar) para entender que mi hijo sí lo siente, y que se comporta en consecuencia.

3 comentarios en “La empatía (bien entendida)”

  1. Saramago nos aviso del riesgo de los sinónimos como forma de empobrecer nuestro mundo. Empatizar y simpatizar son dos cosas distintas. Sentir con el otro no es lo mismo que sentir como el otro. Pobre Carl Rogers si levantara la cabeza y viera el uso de su instrumento, la empatia, a donde esta llegando. Raúl, genial ilustración de que es y que no es empatia.

    Responder
  2. Hola Raul,
    Gracias por profundizar en un tema tan interesante como la empatía. Tan sólo me gustaría hacer una aportación.
    La empatía de la que hablas se llama empatía cognitiva y, efectivamente, no es lo mismo que la empatía afectiva. La empatía afectiva es automática e instintiva, se activa cuando vemos reir, emocionase o sufrir a otra persona (neuronas espejo).
    La empatía cognitiva es como dices un super poder precisamente porque nos permite entrar en el mundo de la otra persona. Pero para poder proyectar las perspectivas (y practicar la empatía cognitiva) primero debemos comprender cómo funciona. De esto saben mucho los escritores. Antes de escribir una novela primero investigan la psicología de aquel sobre el que quieren escribir: su mundo psicológico, sus reacciones emocionales, sus principios rectores,…
    ¿Sabes cuando sabes si estás siendo cognitivamente empático? Cuando eres de hablar como hablaría la persona a la que te quieres dirigir. Es como cuando la publicidad de El Corte Inglés, en lugar de decir, «las rebajas después de Reyes ya están aquí» muestra a una mujer diciendo: «Ya me tocaba a mí». Es una ejemplo muy básico pero para que se entienda.
    Entender mejor la empatía lleva tiempo pero, al menos en mi caso, está marcando un antes y un después en mi propio servicio. Empiezo desde las personas, no desde el producto. Como también dices, tienes que salirte de ti. Y eso lleva mucho trabajo 😉 (eso es el trabajo).
    Creo que las marcas, servicios y productos que comunican desde esa empatía cognitiva (y la saben trasladar a un buen texto, vídeo,.. contenido con mayúsculas) generan lazos mucho más fuertes que el resto.
    ¿Por qué? Porque en su comunicación, antes de pensar en producto-servicio, han pensado en las verdades y sentimientos, pensamientos y creencias de las personas, de aquello que nos hacen SER humanos.
    Un abrazo.

    Responder
  3. Yo pensaba que la empatía era conexión emocional con los sentimientos de otros, cosa que se me da fatal y además no me da la gana hacer, pero leer es muy bueno y resulta que no.
    La empatía la «inventó» Marshall Rosenberg. De lo que se trata es de algo puramente racional y que consiste en tratar de entender las necesidades y los sentimientos de la otra persona en la comunicación. Es decir, que aunque nos dijeran «Tu proyecto es una mierda» deberías valorar que -por ejemplo- lo importante es que la otra persona siente una gran presión por llegar a unos objetivos y necesita que los proyectos que le presenten tengan unas características que el tuyo no tiene.
    A partir de ahí inicias la conversación, no dándole la razón ni sintiendo lo mismo sino sabiendo dónde está la base del comportamiento de la otra persona. Sí que es cierto que dice que una vez entiendes los sentimientos y las necesidades del otro es más fácil llegar a una conexión y a una relación más humana, pero no porque eso sea la empatía sino porque la has usado.
    Hay un libro muy bueno de Rosenberb, «Nonviolent Communication: A Language of Life», disponible en las mejores librerías de internet también en formato audiolibro que está muy bien y describe lo que es realmente la empatía. Nada que ver con lo que piensa la gente en general cuando se habla de empatía.

    Responder

Deja un comentario