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De vacaciones con un dumbphone (after)

Este año decidí salir de vacaciones dejando en casa el smarthpone. Pasaron esos días, sobreviví (sí, claro… ¡pero había quien lo dudaba!), y éstas son algunas de mis reflexiones.

  • Es sorprendente (y en cierto sentido humillante) la sensación física de que «te falta algo». Recién llegado al destino, nada más subir las maletas, me descubrí echando mano al bolsillo, y notando un punto de ansiedad al notar que el móvil «ni estaba ni se le esperaba». Nunca he fumado (y por lo tanto no lo he tenido que dejar), pero me recordé a un fumador con el mono. ¿Y todo por qué? Porque no podía cumplir con la rutina de «a ver qué ha pasado en estas tres horas». Absurdo, sí. Pero real.
  • Lo bueno es que esa sensación desapareció pronto. Estás en otras circunstancias, cambias las rutinas, cambia el entorno. Más momentos de «atención no diluida» (por ejemplo, tiradas de lectura mucho más largas de lo habitual), más momentos de «sentarse sin más» (sin esa autoexigencia de «tengo que ocupar mi tiempo en algo», aunque ese «algo» fuese tan vacuo como revisar el móvil arriba y abajo). Más serenidad, menos inputs accediendo a tu cerebro.
  • Aun así confieso que tuve momentos de debilidad. Llegué a configurar la cutre-conexión de mi dumbphone («solo para ver el correo»; no esperaba nada relevante, y nada relevante vino… pero era por recuperar la sensación de estar «conectado al mundo»). Joder, ¡llegué a usar el teletexto de la televisión! («solo para ver qué ha pasado en el mundo»). Las propias limitaciones de estos sistemas (aunque eh, el teletexto moló siempre) impidieron que me enganchase. Pero la cabra tiraba al monte…
  • Hubo momentos en los que reflexioné sobre las cosas útiles del smartphone que me estaba perdiendo. Poder haber usado un mapa, o una información sobre algún sitio que queríamos visitar, o apuntar alguna idea que se te ocurría al vuelo… No son cosas que «necesites», pero sí que te pueden «facilitar la vida». Al final, el smartphone tiene un potencial para el bien. Y también para el «mal» (la distracción indiscriminada). ¿Es posible tener lo bueno sin exponerse a lo malo?
  • También estuve pensando en esa parte «inútil». ¿Por qué siento el impulso de «estar al día» de lo que pasa en el mundo? ¿Por qué dedico tanto tiempo y atención a leer cosas irrelevantes que publica gente a la que apenas conozco? ¿Por qué siento la necesidad de hacer una foto y publicarla, de que se me venga algo a la cabeza y ponerlo en twitter, de dar mi opinión sobre cualquier cosa (sí, me descubrí varias veces pensando «¡esto merece un tuit!»). Mi yo «racional» sabe que no tiene ningún sentido. Que a (casi) nadie le importa lo que yo pueda opinar de casi nada. Que poco o nada de lo que yo lea por ahí va a tener ningún impacto en mi vida. Pero mis actos no son coherentes con mi razonamiento y he estado rascando en el «por qué», que supongo que no es muy distinto al de cualquier conducta de evasión. Porque es lo que haces: evadirte, huir a una realidad alternativa en la que tienes la falsa sensación de «estar haciendo algo» (aunque sea algo tan inane), la falsa sensación de «estar conectado» (con unas conexiones tan débiles que no soportarían un soplido), la falsa sensación de que lo que haces/piensas le importa a «la gente» (cuando en el mejor de los casos te otorgan la misma «lectura diagonal» que tú les otorgas a ellos). Y te evades ahí porque hacer cosas «de verdad» es mucho más difícil (para empezar, te obliga a pensar en qué es lo que quieres hacer, a buscar sentido a tus actos y a tomar las riendas de tu vida… con lo fácil que es dejarse llevar por la inercia…), porque tener conexiones «de verdad» es más exigente, porque asumir tu insignificancia es un golpe duro para el ego. Buf. Aquí hay tomate.

Y claro, después del experimento, toca el regreso. Y compruebas lo fácil que recaes en los viejos hábitos; porque somos animalitos de costumbres, y si quieres modificar un hábito tienes que hacer un esfuerzo consciente. Y tienes rondando en la cabeza las conclusiones que has sacado y lo que significan, pero es tan fácil sumergirse en la cómoda e inocua rutina, y tan incómodo enfrentarse a lo que estás tratando de esconder bajo la alfombra
Me gustaría decir que he vuelto transformado. No. Va a ser más difícil que una caída del caballo a lo San Pablo. Aquí hay mucha tela que cortar.

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