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El turbo en tu cabeza

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El otro día, leyendo este artículo sobre cómo funciona nuestro cerebro, se me vino a la mente una imagen de videojuegos. En los juegos por ejemplo de fútbol, suele haber un botón de «sprint» que te permite correr más. Pero claro, no de forma gratuita: mientras estás corriendo más, hay una barra de energía que va disminuyendo rápidamente… y que una vez vacía del todo te impide seguir usando ese «sprint» (hasta que se vuelva a recargar, algo que hace poco a poco). Esta misma funcionalidad la hay en otro tipo de juegos (p.j. el turbo en los coches, etc.). Un «superpoder» que te permite ventajas durante un tiempo determinado, pero que consume energía rápidamente por lo que no puedes usarlo a lo loco.
El caso es que el artículo describe dos partes de nuestro cerebro, con funcionamientos bien distintos (y aquí que me perdonen los científicos… que yo voy a intentar poner lo que he entendido en mis propias palabras).

  • Por un lado tenemos nuestro cerebro más primitivo, «reptiliano», que más que pensar actúa. Es el instinto, la reacción rápida, la parte de nosotros que piensa en el presente, en lo inmediato, en la supervivencia. Esta parte de nuestro cerebro es la que nos hace comer cuando tenemos hambre, la que nos hace tener reacciones de «lucha o huye» cuando interpreta un peligro… un cerebro muy adaptado para la vida del animal que fuimos (y que, no olvidemos, seguimos siendo).
  • Y luego tenemos nuestro cerebro «moderno», el que nos hace humanos. El encargado de analizar, racionalizar, planificar, crear, controlar, contrarrestar nuestros instintos primarios… en definitiva, es nuestro «superpoder humano», el botón de «sprint» que nos permite hacer cosas que un animal no puede hacer.

La cosa está (y de ahí la analogía) que, al igual que en los videojuegos, este «superpoder» que nos proporciona esta parte de nuestro cerebro gasta su «barra de energía» de forma rápida cuando lo usamos. Y cuando se acaba, perdemos la capacidad de usarlo (hasta que esa energía se repone… algo que no es automático). Y quedamos entonces a expensas de nuestro viejo cerebro animal, incapaces de pensar con claridad, reaccionando más con el instinto que con la cabeza.
¿No lo habéis notado? Ese momento en el que te quedas «plof», que no eres capaz de articular pensamientos, que te quedas en trance delante del televisor, que estás irascible (tu cerebro de reptil que interpreta cualquier palabra o acción como una amenaza a la que hay que reaccionar gruñendo), atracas la nevera aunque sepas que no debes (pero es tu cerebro de reptil ordenándote que repongas energías ahora, quieras o no). A mí, desde luego, me encaja.
Lo curioso es que ese «superpoder» se gasta lo usemos como lo usemos. No sabe distinguir si esa planificación que estamos haciendo es para un proyecto profesional de alto impacto, o para las vacaciones de verano. No sabe si el análisis que estamos realizando es relevante o no. Simplemente se está usando, y se gasta. Como en el juego de fútbol, da igual si pulsamos el botón de «sprint» para perseguir a un rival que se nos va directo a la portería, o si nos estamos dedicando a corretear en solitario por el centro del campo; si le damos al botón, la energía se gasta.
Este enfoque me parece muy interesante, en la medida en que permite (si somos conscientes de ello) usar mejor nuestra capacidad, siendo conscientes también de sus limitaciones. Algo que es especialmente importante cuando hablamos de «trabajadores del conocimiento», cuyo trabajo depende casi por completo de ella.

  • Sabiendo que nuestra «barra de energía» se gasta, podemos ajustar nuestras expectativas. No es razonable creer que vas a poder estar 8 o 10 horas «exprimiéndote el coco». No pasa nada, no eres un «inútil», simplemente es tu cuerpo que funciona así.
  • Del mismo modo, si somos conscientes de que nuestra barra de energía está agotada, de nada sirve empeñarnos en hacer tareas que requieran su uso. No te pongas a analizar un problema cuando estás así, ni a planificar un proyecto. Te costará mucho, seguramente lo hagas mal y tendrás que acabar repitiéndolo más adelante.
  • Habrá que insertar descansos a lo largo del día, alternar actividades «de las que gastan energía» con otras que «de las que permiten que la energía se recargue». No tiene por qué ser tumbarse a la bartola (que también), puede ser dar un paseo o hacer alguna actividad física, puede ser meditar, puede ser hacer alguna tarea rutinaria que no nos exija pensar…
  • Tendremos que elegir bien para qué queremos usar nuestro «superpoder», buscando maximizar el rendimiento de su uso. No lo malgastemos en cosas que no nos aportan. Tener una visión clara de cuáles son nuestras prioridades (que precisamente puede que sea uno de los usos más importantes de nuestra capacidad) nos permitirá cada día tener claro a qué debemos prestarle atención, en vez de dejarnos llevar por lo que va surgiendo y encontrarnos de que al final hemos gastado nuestra energía sin ton ni son.
  • Sería buena idea, también, plantear estrategias que nos permitan minimizar el gasto de «energía pensadora», trasladando pequeñas decisiones del día a día en rutinas que nos liberen de la obligación de pensar. Por ejemplo planificar un menú bisemanal y ceñirse a él (con lo cual te olvidas de tener que estar pensando cada día «qué como hoy», recordando «qué comí los últimos días», «qué tengo que comprar»), limitarse a ropa que combine facilmente aunque sea aburrida…
  • También podemos evitar un gasto excesivo de energía luchando contra la paradoja de la elección, haciendo un esfuerzo consciente en no meternos en una maraña de micro-análisis de múltiples alternativas que al final aportan poco valor. Limitar alternativas y factores de decisión, elegir rápido, y a otra cosa.
  • Del mismo modo, podemos ponernos en alerta ante pensamientos rumiativos: esas veces en las que empezamos a darle vueltas obsesivamente a un tema, sin avanzar («pues le voy a decir a mi jefe que…, pero si él me dice que… entonces yo le responderé… debería haberle dicho… pero es que mira que…»), agotando nuestra energía para nada.

Seguro que hay más formas de sacar partido a esta visión de nuestra capacidad cerebral como «superpoder que se gasta», como el «botón de turbo» del videojuego. Lo que ya sería estupendo sería tener una barra indicadora de verdad, que nos mostrase cómo andamos de energía, cómo de rápido se descarga y se recarga… me temo que eso tendrá que esperar 🙂

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